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El entonces doctor del Hospital de la Universidad Católica, Manuel José Irarrázabal, contó su experiencia mientras operaba a una paciente con disección de la aorta ascendente, con el fin de destacar la importancia del trabajo interdisciplinario.
Manuel José Irarrázabal, Director del Instituto de Políticas Públicas en Salud (IPSSUS), realizó un conversatorio online, llamado “Liderazgo en equipos de salud”, organizado por la Escuela de Liderazgo, sede Santiago de la Universidad San Sebastián, instancia que contó con la participación de 30 estudiantes.
El médico comenzó contando su experiencia como cirujano de corazón, especialidad en la cual varias personas trabajan en conjunto y colaborativamente. “Participan los médicos de trabajo, enfermeras, tecnólogos, auxiliares, gente de tecnología médica que está controlando las partes eléctricas y mecánicas. Una de las cosas que me entusiasmó de la cirugía cardiaca cuando entré a estudiar a la universidad, era la complejidad, el trabajo en equipo y la involucración de mucha gente”, indicó.
El director de IPSSUS, reveló su historia que se remonta al mes de marzo de 1985, en el que se encontraba de turno en el hospital y tuvo que atender un caso de una paciente con una condición clínica, conocida como disección de la aorta ascendente. “Todas las arterias en la pared están constituidas por varias capas, y lo que pasa en esta patología es que se produce una ruptura de la capa interior y la sangre por la presión del flujo sanguíneo por dentro se mete entre la capa más interna y externa, y se diseca”, sostuvo Irarrázabal. En esa línea, recalcó que este tipo de operaciones tenían un índice de alta mortalidad.
Además, el médico especialista en patologías cardiacas contó que en esta intervención primero es necesario sacarle la sangre al paciente, y para lograr esto, el primer paso es parar el corazón, luego realizar la operación, reestablecer la sangre y hacer funcionar nuevamente el corazón. Para evitar la muerte del paciente es necesario enfriarlo, ya que las células son más resistentes a la falta de oxígeno si están frías porque les disminuye el metabolismo”, enfatizó el doctor Manuel José Irarrázabal.
En esa línea, recordó que “cuando íbamos en la etapa con la aorta abierta, el corazón parado, con la sangre en el oxigenador, empezó un terremoto, entonces el remezón que se produjo fue terrible y se cortó la luz. Tuve que evaluar si reiniciábamos los generadores de emergencia para el hospital, y olfatee olor a gas. Como se habían cortado los cables y al reiniciarlo era probable que se generará una explosión. Entonces tomé la decisión de no prender los generadores. La operación la terminé, pero el problema era que la tenía el paciente a 20° grados y a esa temperatura el corazón no puede partir, y no teníamos electricidad para poder subirle la temperatura al paciente. Finalmente, tuvimos que declararla fallecida”, explicó el director y agregó: “Tuvimos que organizar a oscuras un sistema de evacuación de los pacientes menos graves, y al mismo tiempo, reactivar el cuidado en las distintas unidades del hospital”.
Finalmente, el doctor reflexionó sobre esta experiencia. “Fue muy dramática, pero es importante tener los objetivos claros. La competencia profesional para saber lo que hay que hacer es absolutamente indispensable, y ligado a esto es reconocer las limitaciones propias y las equivocaciones que uno puede cometer. También, la necesidad de diálogo con el equipo, reconociendo las capacidades y competencias de cada uno. Aquí no hay monopolio, el cirujano no es el más sabio del equipo”, finalizó.